sábado, 20 de noviembre de 2010

Vivir la utopia

Así se titula un documental que vi el otro día dedicado a las personas que lucharon y murieron para cambiar una realidad opresora e injusta. Una realidad que existia hace pocas décadas que ahora nos parece de cuentos del abuelo pero que es más reciente de lo que pensamos, una España en la que los niños se morian de hambre, en la que cuatro señores controlaban toda la riqueza mientras la población vivia en la más absoluta miseria. Es muy bonito ir de progresista hoy dia, cuando no te va nada en juego, cuando tienes el estomago lleno y nadie te va a pegar un tiro por gritar ¡viva el matrimonio homosexual! (por ejemplo), pero todavia queda gente viva que lucho y vio morir a hermanos y amigos por defender algo muy basico, la dignidad de sus compatriotas y la libertad.

Pensad que los derechos que disfrutamos hoy dia se los debemos ellos.


EL HAMBRE

Tened presente el hambre: recordad su pasado
turbio de capataces que pagaban en plomo.
Aquel jornal al precio de la sangre cobrado,
con yugos en el alma, con golpes en el lomo

El hambre paseaba sus vacas exprimidas,
sus mujeres resecas, sus devoradas ubres,
sus ávidas quijadas, sus miserables vidas
frente a los comedores y los cuerpos salubres.

Los años de abundancia, la saciedad, la hartura
eran sólo de aquellos que se llamaban amos.
Para que venga el pan justo a la dentadura
del hambre de los pobres aquí estoy, aquí estamos.

Nosotros no podemos ser ellos, los de enfrente,
los que entienden la vida por un botín sangriento:
como los tiburones, voracidad y diente,
panteras deseosas de un mundo siempre hambriento.

Años del hambre han sido para el pobre sus años.
Sumaban para el otro su cantidad los panes.
Y el hambre alobadaba sus rapaces rebaños
de cuervos, de tenazas, de lobos, de alacranes.

Hambrientamente lucho yo, con todas mis brechas,
cicatrices y heridas, señales y recuerdos
del hambre, contra tantas barrigas satisfechas:
cerdos con un origen peor que el de los cerdos.

Por haber engordado tan baja y brutalmente,
más abajo de donde los cerdos se solazan,
seréis atravesados por esta gran corriente
de espigas que llamean, de puños que amenazan.

No habéis querido oír con orejas abiertas
el llanto de millones de niños jornaleros.
Ladrábais cuando el hambre llegaba a vuestras puertas
a pedir con la boca de los mismos luceros.

En cada casa, un odio como una higuera fosca,
como un tremante toro con los cuernos tremantes,
rompe por los tejados, os cerca y os embosca,
y os destruye a cornadas, perros agonizantes.

                                                         Miguel Hernández

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